UN AMOR
Isabel Coixet, 2023
Cuando volví a casa releí el final.
Dos lenguajes diciendo lo mismo. La adaptación de una novela al cine exige un gran esfuerzo imaginativo porque si el texto el bueno, como el de Sara Mesa, supongo que se intenta reproducir literalmente aunque se sepa de entrada que es imposible. Esta frustración inevitable puede causar variaciones originales, que no estén en la novela y así mostrar la creación artística de otro género, versionar con otros instrumentos dando por sentado la diferencia, la distancia, incluso la novedad de tanta desigualdad. Sin embargo, también puede suponer una aceptación estoica y hacer de la necesaria versión una referencia constante con apenas modificaciones aquí o allá que encajan perfectamente en el contexto del original. Esto es lo que ha hecho Coixet y lo que se constata cuando relees a Mesa.
Los elementos de la cineasta dan sentido, un sentido que no se aleja del de la escritora, es más, que se filtra en la novela, se escurre entre las líneas para aparecer en la pantalla perfectamente encajado, aunque es perfectamente otro. Son características de los personajes, no solo físicas, que en la elección del elenco ya hay intencionalidad inevitable también, sino hechos, silencios y palabras, que conforman, arman la estructura que ofrece el sentido, el mensaje, la película.
La capacidad que tiene la imagen para conseguir transmitir sensaciones, junto a la música, es extraordinaria en Isabel. El comienzo es sobrecogedor, te predispone a asistir a una relaciones paisajistas, los personajes humanos y no humanos construyen un paisaje vertical, la desnudez es total, de arriba a bajo, desde las entrañas, siguiendo un recorrido sinuosa como el del camino a la montaña. Los planos generales son tan intimistas que los primeros planos son como teselas del mosaico general. Se confunde lo interior y lo exterior, como la visión panorámica que se pierde en la concreta, como el zoom que se cierra lentamente hacia lo particular.
No había imaginado así la aldea cuando leí el libro. No había imaginado así el monte, su cima, pero todo lo demás es perfectamente reconocible, por esto lo que envuelve el contexto, el entorno geográfico, el elemento físico te propone otro lenguaje, la versión Coixet, la maravilla cinematográfica de la catalana.
Hay juegos temporales, hay pasiones antiguas, hay relaciones originales. Hay vidas que son una vida, la de muchas personas que, como Nat, necesitan salir de sí mismas y poner tierra de por medio para encontrarse, para sanarse y recuperadas empezar de nuevo. Lo que hay en el camino de ese viaje puede ser un pueblo perdido y sus gentes, un casero, unos domingueros, un artista de poca monta, la tienda, el bar (que no aparece en la película), el extranjero, los ancianos y la idiosincrasia, la moral no escrita que mantiene el orden en el que se encaja o no, pero el orden inamovible, aunque sea machista, violento y segregador, un orden ancestral maquillado de tranquilidad, de refugio y bienestar. Nat es una superviviente, como mucha gente, una mujer sola que, consigo misma y no es poco, busca un lugar en el mundo en el que ser ella misma. Ahí es nada.
En esta ocasión no es mejor la novela que la película o viceversa, son dos lenguajes hablando sobre una situación personal que es social en cualquier rincón de España. Son dos estupendas obras, oportunas, inteligentes, sensibles y críticas, como pueden serlo la buena literatura y el buen cine.
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