EL CUERPO AUSENTE
Al fondo de la Sala de Exposiciones Princesa Zaida, en el centro de Cuenca, cuando estás a punto de haberlo sentido todo por tantas y tantas vidas destrozadas en nuestra querida España, lees esta frase de Alberti y una sonrisa reconfortante te inunda, a modo de esperanza, de reparación.
Lo peor de las guerras, si es que hay algo peor, son las posguerras...
Es de agradecer que se nos acerque este material para saber, para entender y dialogar con el tiempo y sus habitantes, hacia ayer pero especialmente hacia mañana, con argumentos y certezas.
Las fotografías en blanco y negro, en grandes dimensiones, siendo paredes de salas de estar, de salitas de costura, de prisiones, de cuartos íntimos o de la propia calle en la que acontecía una fiesta, un juego, una fachada de una casa donde vivía alguien a quien metieron preso, torturaron, asesinaron.
Probablemente muchos de los objetos que nos muestran son los mismos de nuestras casas, esos que guardamos en el fondo del armario del abuela, los que están en las cámaras dentro de los arcones viejos y los baúles del abuelo. Resulta todo tan familiar.
Hay documentos sonoros con lo que el sentido de realidad es más poderoso, más envolvente y real. Así es más fácil de comprender y comprenderlas, a esas voces familiares como sus posesiones humildes y corrientes que han construido medio siglo de que procedemos.
Hechos, datos, personas de carne y hueso, sin necesidad de creer, ninguna fe más que en lo que hacemos los seres humanos unos por otros, lo bueno y lo posible. Las ausencias, permanentemente presentes, se encarnan en estas cosas, estas voces y nos acompañan más cerca, si cabe, de nuestro propio cuerpo presente que no las olvida y por ellas aprecia la libertad, la igualdad y la paz.
Los museos, las salas de exposiciones, el arte y sus habitáculos sirven también para la memoria, son espacios de memoria que, necesariamente creamos y necesariamente visitamos. Gracias por tanto.