ESCRITURA COMO TERAPIA
Hace algunos domingos, en la radio se hablaba de escribir bien, de expresarnos bien por escrito.
Para los miembros del jurado de los comités de selección de los premios literarios (hablan sobre la arquitectura de los textos, la lógica interna, los buenos cimientos), que critican para rechazar o elogiar libros, no es fácil llegar a acuerdos.
En un taller de escritura una alumna escribía sobre la vida de una mujer que vivía sola: expresión e información, en esta dicotomía es más importante la expresión porque la expresión funciona de inconsciente a inconsciente y la información se olvida. Tal vez esto ocurra en la enseñanza a diario, en las clases de bachillerato. Dice Millás que alguien escribe sobre un personaje diciendo que tiene 50 años, pero lo describe y expresa como si tuviera 70, con qué se queda el lector, claramente con las expresiones y el dato de la edad no importa. Leila Guerreiro lo confirma con otro par de palabras. Esto funciona en la ficción y la no ficción.
Mirar de cerca y narrar de lejos dice Leila sobre su implicación en sus obras para que quien las lea encuentre rasgos de sí mismo y no de ella. Me parece tan respetuoso, así, su trabajo.
El caso es que la clase estudiantil, de todos los niveles, nunca ha escrito peor y, sin embargo, empatiza con canciones, series, comics y videojuegos que da gusto. Tal vez el lenguaje que usan sea otro, el medio de comunicación sea otro, su cultura generacional sea otra y nos cueste establecer puentes, o sencillamente solo es cuestión de tiempo, en cuanto se hagan mayores serán de los nuestros y compartiremos el mensaje y el canal. Se ha puesto de moda la novela gráfica, esa combinación de dibujo y texto, como si fuera esa unión necesaria que facilitara el paso a la madurez, o sea, a la palabra escrita.
Sin embargo, cada vez es más frecuente ver a estudiantes dibujando en clase de cualquier materia y a personas adultas en cursos de formación, reuniones laborales o encuentros sociales que también dibuja mientras tanto. A lo mejor, como evolución cultural, regresamos a la simbolización figurativa o abstracta, no lingüística. Tal vez sea una técnica de concentración, de atención, de sobrellevar la situación, o por qué no, de terapia ante circunstancias de todo tipo, ya sea aburrimiento, desinterés, ansiedad, obligaciones e imposiciones, pérdida de tiempo, soledad, angustia, esperanza en ser visto en algún momento y así atendido...quién sabe.
Estos días están apareciendo bastantes noticias relacionadas con que escribir es sanador, poner en un papel lo que pensamos, lo que sentimos o lo que nos imaginamos, puede ayudar a nuestro bienestar. Creo que a personas jóvenes ni siquiera para este humano fin les motiva escribir. ¿Tenemos que hacer algo al respecto? parece que la neurociencia ha descubierto las numerosas conexiones neuronales que se llevan a cabo en el cerebro de quien lee y escribe, lo que mejora las actividades cognitivas, así que, qué hacer entonces, cómo hacerlo en un panorama mayoritariamente digital...bien pensado, cualquier forma de expresión tiene su valor y su función, pero siempre se ha dicho que el lenguaje es el vehículo del pensamiento por lo que ha de ser rico y variado, riguroso y abierto, para poder expresar todo lo que pensamos y para poder pensar todo lo que decimos. Ay, la palabra.
Lo que resulta claramente terapéutico es hablar con alguien, ser escuchada y escuchar, entablar un diálogo, con sus silencios y sus interrupciones, preguntar y responder, insinuar, aventurar y suponer, comentar y charlar, durante un tiempo y voluntariamente.
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