LAS GUERRAS DE NUESTROS ANTEPASADOS
Miguel Delibes
Telón de fondo, nº57, Fundación CCC
Queda claro que para ser dramaturgo puedes escribir novelas, eso sí con un nivel literario y un argumento tales que al hacer la adaptación el resultado pueda ser de máxima calidad. Esto pasa con la obra de Miguel Delibes, varias novelas suyas han estado y están en los escenarios de media España.
La última que hemos visto en el Auditorio de Cuenca ha sido adaptada por E. Galán, dirigida por C. Tolcachir e interpretada nada más y nada menos que por Carmelo Gómez y Miguel Hermoso. Antes de verla podríamos asegurar que el éxito estaba garantizado, lo que hace que el público parta de grandes expectativas y pueda ocasionar sabores agridulces al finalizar la obra. Sin embargo, el jueves pasado sucedió lo que estaba previsto, todo encajó a la perfección.
Años setenta, España franquista, un preso y su psiquiatra hablan antes de la sentencia judicial irrevocable. La habitación son bloques rectangulares bajos, móviles, uno de ello hace de mesa central sobre la que se apoya una grabadora. El techo es enrejado para hacer saber dónde transcurre la acción. La iluminación lateral y desde el suelo creando ambientes afines a las palabras de los dos únicos actores. A veces se oía algún sonido ambiental para conseguir más realismo en las palabras y los gestos de los protagonistas, extraordinarios en todo momento.
Los encuentros entre estos dos hombres, siete entrevistas, componen buena parte de la historia del ser humano a propósito de la vida que ha tenido el preso, de su infancia, su educación, los encuentros con otras personas, los roles de género de la época, las tradiciones familiares, las circunstancias políticas y, también, sus particularidades. El diagnóstico de hipersensibilidad nos lo podemos aplicar mucha gente, incluso la sociedad entera.
La violencia propia de quien opta por la guerra frente al diálogo o la empatía, predispone a interpretar un papel, a adoptar una actitud ante la vida de enfrentamiento, de hostilidad y de imposición. Carmelo lo refleja bien al hacer de su bisa, su abu y su padre. La tolerancia y comprensión de quien opta por la paz para encarar los problemas o las adversidades también la refleja Carmelo cuando hace de su tío Paco, Candi o Pacífico. La picardía y el engaño para sacar provecho de los demás es otro rol que Carmelo hace cuando cuenta los episodios con Don Santiago en la cárcel. Al contar estos trozos de la vida de estos personajes con los que ha vivido, los que le han marcado, podemos verlos y ver lo que hacían, cómo lo hacían y cómo hablaban. Carmelo se desdobla en varios personajes sin necesidad de nada más que su saber actuar, magistral. Consigue que nos indignemos ante la insensibilidad, la brutalidad, la perversión, el abuso, que interpreta de mil y una maneras recreando mil y unas vivencias.
Como la realidad supera a la ficción, el personaje enfermo, preso, dice que para qué va a hablar si no le van a creer porque es tan inverosímil la verdad que no se puede soportar, no se puede vivir con ella y salir indemne, por eso Pacífico Pérez actúa fuera de toda lógica, carga con las consecuencias de los actos delictivos e inmorales de otros, solo así tiene sentido el sinsentido de los abusos, la violencia y la injusticia de la época que es su familia y la cultura española, generadora de monstruos, esos que todavía hoy están bajo las alfombras y sacan la cabeza de vez en cuando en forma de violadores, asesinos de mujeres, pederastas o jueces inmorales.
La salud mental individual refleja, muchas veces, sobre todo su diagnóstico y tratamiento, la salud mental social de una época. Me hace pensar en La madre de Frankenstein de Almudena Grandes, que también se ha llevado a los escenarios y espero que llegue a Cuenca pronto.
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