CONVERSACIONES
Cómo disfrutamos conversando, por algo somos animales lingüísticos...
Son famosas, son noticias y hasta se juzgan interesadamente, las conversaciones de Paz, entre partidos políticos, entre los vocales del CGPJ o las que mantienen periodistas con personalidades relevantes en algún campo. De ellas se dice de todo, que si son pocas y muchas, que llegan tarde y pronto, que son abiertas y ocultas, exitosas y fracasadas, inmorales y magistrales. En cualquier caso son el punto de partida y de llegada de las relaciones humanas.
Sin embargo, conversaciones cara a cara, respetuosas, con intención de escuchar y argumentar, incluso de acordar, consensuar o aprender, resultan un tanto anacrónicas. ¿Por qué?
Empieza a ser costumbre la comunicación indirecta, preferir la tecnología, en cualquiera de sus dispositivos, a la presencialidad. El canal lo condiciona todo. Limita los caracteres de texto, es decir el número de palabras o los minutos de los vídeos. Aparece un reduccionismo que implica una pésima calidad en la conversación, hasta tal punto, que deviene en lo contrario de una conversación.
En determinados contextos se opta por remitir a terceros los asuntos a tratar en lugar de encararlos, literalmente, para resolverlos. Así se judicializa buena parte de la política. También se burocratiza buena parte de la acción administrativa como la sanidad, la educación, otros servicios básicos públicos y privados. Una consecuencia, cada vez mayor, es la exclusión de parte de la población, que no accede por diversos motivos, a esos canales o que accede demasiado.
Excluidos y dependientes, así podría clasificarse a muchas personas hoy a propósito de las comunicaciones. Y es que no vale todo, si no hay voluntad de conversar (respeto, argumento, escucha, posible acuerdo, aprender) no hay medio que valga.
En la infancia, la adolescencia, la juventud y la vejez. En cada una de las etapas por las que transitamos la conversación nos conforma, pero también nos deforma. Cada vez que escuchamos, leemos, escribimos para ser leídos y hablamos, especialmente, hablamos, nos vamos construyendo, pero también destruyendo. Crecer es un hacerse y deshacerse, aprender y desaprender. Por esto resulta tan importante hacer bien las cosas necesarias, imprescindibles, convenientes, al fin y al cabo somos animales lingüísticos porque nos resulta mejor hablar que no hacerlo para seguir vivos.
Empieza un nuevo curso y no hay muchos espacios para la conversación.
Derechos de las trabajadoras del hogar, ratios escolares, listas de espera sanitarias, reducción de contaminantes del aire, del agua, de la tierra, cuidado personal, social y ambiental, son algunos de los asuntos que hacen que vivamos mejor o peor en función de las conversaciones que se tengan sobre ellos.
No se puede llegar a ministro y conversar sobre todo lo que te compete si antes no has aprendido a hacerlo en otros ámbitos vitales como la familia, la escuela, las amistades, el trabajo, en definitiva en cualquier contexto humano.
Echo de menos conversaciones y echo de más simulacros de conversaciones por muy tecnológicos y escenificados que estén. En la conversación aparecen todas las cualidades del ser humano, todos los niveles afloran en el lenguaje oral, gestual. Somos lo que decimos, cómo lo decimos, qué hacemos cuando lo decimos.
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