PAPEL
José Padilla
26/02/25 Auditorio de Cuenca
Un par de micrófonos de pie, una silla, luces
laterales y dos actores, un hombre y una mujer, sobre el escenario para
representar uno de los episodios más crueles de nuestro tiempo, el acoso
escolar.
El autor se basa en el caso de Jokin, un
adolescente vasco que se suicidó en 2004 tras sufrir un año de acoso por sus
compañeros de clase. Con la fuerza que supone saber que lo que escribes es real,
el texto coloca como protagonista a todas las personas implicadas excepto a la
víctima y al acosador.
La pareja de actores muta de un papel a otro a
la velocidad de la luz. Son estudiantes preparando el examen sobre El Quijote,
familiares de los compañeros de clase de Jokin, profesorado de su centro,
policías que interrogan al alumnado tras el suicidio, periodistas que dan la
noticia y estremecen a la sociedad, personajes de videojuegos y redes sociales, los propios compañeros de clase.
También interpretan a la madre del chaval.
Se pone el foco en el entorno del acoso, en la mayoría que lo permite, que no hace nada, que contribuye a que se haga, que no habla, que es cómplice, que celebran el aniversario de un momento casual con humillaciones, insultos y constantes abusos. Es la mayoría la que acosa.
Cada escena refleja cómo todos los factores sociales, agentes necesarios para vivir en sociedad, permiten y alimentan los acosos. Nuestra cultura premia a quien se calla la verdad, a quien miente, a quien obedece al malo y violento. Nuestra cultura castiga a quien ayuda, a quien habla, a quien desobedece si la autoridad es injusta o violenta. Se quita importancia con la dichosa frase "siempre ha pasado esto", "es cosa de adolescentes", "a mí también me pusieron un mote", "ya se les pasará", "castigaré a mi hijo sin salir hasta el verano"..."no es para tanto". Y es que, como repetían una y otra vez "ser diferente no es un buen negocio" en nuestra sociedad humana que nos quiere a todos igualitos, homogéneos, disciplinados y sumisos.
Pero ¿quién construye esa cultura indeseable, esa sociedad de monstruos? Las mayorías otorgamos el poder a una o pocas personas para que nos manden hacer y decir lo que daña y violenta a otros mientras no seamos nosotros. ¿Dónde está el valor ético de la empatía, la solidaridad?
Cuando termina la obra y los actores entablan un coloquio, revelan las dimensiones del poder de la mayoría planteando que en una clase puede haber una persona acosada, dos o tres que acosan y el resto, unas veinte o veinticinco, la mayoría no hace nada como mayoría en favor de la víctima sino que hace y mucho en su contra favoreciendo el acoso sin piedad. ¿Por qué?
El alumnado suele responder que lo hacen por miedo, por no ser ellos los acosados, por presión social y debilidad mental, sin embargo, la mayoría es la mayoría. Esta conclusión demoledora hace que tomemos conciencia sobre nuestro papel, como adultos siendo familiares, profesorado, autoridades, policías, periodistas y empresarios de videojuegos.
Al principio, cuando la prensa plantea dar la noticia hablan de la ética e inmediatamente la desechan porque es algo que ya no se lleva. Esto es una de las claves para entender por qué las mayorías obedecen a uno o unos pocos violentos. Faltan argumentos filosóficos, no es suficiente ser más, hay que saber qué hacer con el número mayor, qué decir siendo mayoría para no caer en la masa manipulable y cómplice del acoso.
Ojalá muchas familias, profesores/as y alumnas/os sigan viendo esta obra de teatro para reflexionar sobre su papel en la sociedad que habitan y construyen de cara al futuro.