ALCARRÁS
Carla Simón, 2022
No me extraña que sea tan premiada, es una película que desborda credibilidad por todas partes y eso sigue siendo el ingrediente mágico del cine sea cual sea su temática y así ocurra en un pueblecito catalán en medio de un finca agrícola.
La tierra, la familia, el trabajo, la salud, la sucesión de generaciones que transmiten la historia de un país, las luchas económicas recurrentes, las fiestas populares y la música cambiante recorren cada minuto de la película, así que todo es importante, la fotografía, el guion, los silencios y especialmente el trabajo de los menores.
Cualquiera puede verse representado en los personajes, en la situación, porque es algo universal, atemporal, aunque esté localizado en un rincón minúsculo de una gran provincia del noreste. Esto lo plantea perfectamente la directora, dejando ver el presente como una consecuencia del pasado y una causa del futuro de todo un país, de todo un estilo de vida, de "maneras de vivir" que diría Rosendo Mercado con el lenguaje, las ropas, los paisajes rurales evolucionando al son del constante cambio vital.
Como la autenticidad está garantizada solo hace falta, ni más ni menos, conectar las piezas y que encajen en el puzle del cine. La agricultura con sus problemas ancestrales sirve como contexto perfecto, traído de una guerra, asentado en dos generaciones y apuntando hacia la incertidumbre que se vislumbra trágica, en muchos sentidos.
Entre aventura y necesidad, la de la infancia, la de la vejez, la de la adolescencia, la de la inmigración, la de la pareja, transcurre la vida de verdad. Es muy recomendable también técnicamente. Tal vez, cuando nos comamos una fruta nos acordemos de dónde viene y cómo ha llegado a nuestras casas, si es así el cine habrá cumplido otro de sus objetivos, mostrar la realidad denunciando aquello que pudiendo hacerse bien se hace mal intencionadamente en nombre de la economía capitalista globalizada.
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