LA ZONA DE INTERÉS
Jonathan Glazer, 2024
Cuántas películas se hacen sobre Auschwitz, cuántas se harán...el caso es que nunca son suficientes para mostrar lo que supuso, ese antes y después de los totalitarismos europeos que tanto miedo nos da porque son humanos, demasiado humanos, que diría Nietzsche.
Es imposible no pensar en Gaza cuando se ve esta película e intercambiar los personajes nazis por judíos y los judíos por palestinos. El desprecio de la protagonista hacia las mujeres que trabajan esclavizadas en su casa se debe parecer mucho al que practican a diario los colonos israelitas en Palestina, haciendo de esta su casa y de esclavos a cualquiera que la habitara antes que ellos.
Colonizar es apropiarse algo que no es tuyo por la fuerza, la sinrazón y cualquier tipo de violencia mantenida en el tiempo, mientras dure la guerra, que diría Amenábar. Y la trama de esta más que oportuna película es la historia de una colonización invisible pero radical, la que consiste no solo en tomar un territorio sino un estilo de vida personal, ideando, creando, proyectando un futuro deseado por mucho tiempo y fabricado para las futuras generaciones. No hay nada más humano que idear, crear y proyectar, somos quehacer, que diría Ortega.
¿Quién no ha fantaseado alguna vez con vivir en un chalet con piscina y jardín, con caballos y sirvientes, a las afueras, en el campo? Compaginar la posibilidad con la realidad de otros campos no resulta nada descabellado entre quienes son nazis, entre quienes normalizan que hay razas humanas y la suya es superior, entre quienes usan la violencia y la ternura en el mismo instante, espacio y tiempo, con las mismas personas, entre quienes alzan muros, ni siquiera muy altos, para no mezclar las flores con los fusiles, los juegos infantiles con el abuso de poder, la satisfacción personal con la deshumanización asesina. Un muro que no puede ocultar el olor ni los gritos.
Olores y sonidos estimulan la imaginación con fuerza, generando sensaciones e ideas vitales, nos hacen tomar decisiones, decir y hacer. Nos quedamos o nos vamos de los sitios por lo que oímos y olemos. Nos va la vida en ello, son sentidos de supervivencia. Amaestrarlos hasta soportar el olor a cuerpos humanos gaseados, hasta soportar los gritos de dolor de personas golpeadas, violadas y humilladas constantemente, exige un gran entrenamiento consciente, una gran predisposición que en la película resulta ser conseguir un chalet con piscina y jardín, caballos y sirvientes a las afueras, en el campo. Le sumamos un río, vegetación y un numerosa familia. Lo tenemos, es perfecto, así que linde con la maquinaria industrial de matar más sofisticada de la Europa del siglo XX.
Las interpretaciones son de óscar, la cámara incierta, las luces confusas, la música perfecta...tiene todos los requisitos para adentrarnos a la historia verdadera, a ese elemento sin el cual el holocausto nazi nunca se podría haber llevado a cabo. Estamos ante la actitud personal del totalitarismo, de los necesarios creyentes, practicantes del nazismo, sin los cuales nada de lo que pasó podría haber sucedido. Puede que Hanah Arendt viera en este película una versión de la banalidad del mal que apreció en A. Eichman, de ser así, supongo que nadie dudaría ya de su significado y su práctica.
De nuevo el cine, sin mostrar lo que denuncia, nos da una lección moral, necesaria y por desgracia actual, sobre la importancia de nuestra posición ideológica en la vida, en la historia, ¿en qué lado queremos estar?
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