LOS SANTOS INOCENTES. M. DELIBES
Javier Hernández-Simón
El Teatro Auditorio de Cuenca lleno de mayores, jóvenes y estudiantes deseosos de ver, representada sobre un escenario, una de las novelas más genuinas del siglo XX en nuestro país. Inevitable el recuerdo de la extraordinaria versión cinematográfica para la mayoría. Las expectativas en todo lo alto...hasta el final.
Pepa Pedroche (Régula) me decía que en la adaptación el tiempo correspondía a 1968, justo cuando en Francia estaba la revolución cultural y así la comparación que hace el señorito Iván (Jacobo Dicenta) de España con Francia ante el embajador francés (José Fernández) queda enmarcada y refleja el sinsentido y la maldad que el franquismo imponía en todos los rincones del país.
La humillación y el desprecio sin límites, evidenciando el abuso, constante, de poder de los ricos sobre los pobres. Cómo las costumbres son crueles cuando consiguen normalizar la injusticia en todos su extensión, consiguen que los ofendidos se sientan orgullosos y agradecidos a sus verdugos.
Los diálogos, perfectamente entonados, son trozos de realidad que ha construido lo que somos hoy. Suenan creíbles porque lo son. El machismo, la prepotencia, la dominación, la cosificación, el desprecio, la ignorancia así como la esperanza, el deseo de cambio, el querer hacer y querer ser diferente, aparecían permanentemente en las voces y en los cuerpos de los personajes, que llenaban todo, incluso el patio de butacas.
Los pájaros sobre volando inquietantes y protegiendo seguros dan cuenta de la ambigüedad, de la distancia en las posiciones mentales y físicas de las clases sociales durante el franquismo. Son ellos los que justifican la existencia de Paco el Bajo y su familia en el cortijo del señorito, pero también son ellos las que causan la solución al drama insoportable de la falta de dignidad humana.
La dureza de la vida en el campo con tantas necesidades en la casa, en las ropas, en la salud, en la educación, en los enseres, es transmitida con las luces, el sonido de la txalaparta, los objetos apilados de manera informe e imprecisa, con la expresión corporal de todos empezando con Marta Gómez (la niña chica), siguiendo por Javier Gutiérrez (Paco el Bajo) y las miradas y las manos de cada uno de los miembros de la familia, padre, madre, hijos y tío Luis Bermejo (Azarías).
La conversación entre las mujeres, Régula y Nieves (Yune Nogueiras) sobre las posibilidades vitales es, sencillamente, entrañable. La madre que confiesa no tener piernas, igual que su otra hija enferma, pero que Nieves sí las tiene para salir de allí y poder vivir como una persona y no como animales que es como les tratan en la finca del señorito, él mismo y los guardeses. Esa conversación, con su metáfora oportuna y acertada, nos advierte que hay situaciones que se perpetúan si no se provoca la transgresión, aunque suponga dolor, mucho dolor porque lo más probable es que madre e hija no se vuelvan a ver nunca más.
De nuevo Régula mantiene otra conversación con su hermano enfermo y sus hijos sobre su otro hermano asesinado en la guerra y desaparecido sin rastro ni para llevarle unas flores a la tumba. Dura poco esta escena pero inunda de injusticia la historia de todo un país todavía hoy.
Estas dos conversaciones nos sonrojan y nos recuerdan el peligro de soportar más de lo conveniente un régimen antidemocrático, una cultura fascista, una sociedad machista y una justicia corrupta.
Delibes siglo XXI, todo un lujo verlo.
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