PERFECT DAYS
Wim Wenders, 2023
De esas películas que te deja un buen sabor de boca, sin saber muy bien cómo, el actor te contagia su sonrisa optimista diaria y cuando sales del cine sonríes y comentas, sonriendo, escenas, frases, alargas la historia con diversas hipótesis y repasas la lista de buenas canciones que componen la banda sonora.
Plantear de manera sencilla la vida no es fácil, sobre todo si no se tiene pistas de los momentos y circunstancias anteriores de los personajes a las que te muestra el director en la pantalla, casi hasta el final. Justo antes de acabar, actores secundarios ofrecen elementos para pensar sobre quién es el protagonista o por qué vive como vive. Parece que lo que vemos es algo reciente, tal vez sean los últimos cinco años, en la vida de Hirayama, un hombre de cuarenta y tantos años que limpia baños públicos en Tokio y lee, cultiva unas cuantas plantas que recoge de los parques, escucha música en cintas de cassette, hace fotos a los árboles, vive solo y realiza las mismas cosas y en el mismo orden todos los días laborables y festivos, acudiendo a los mismo sitios y con la misma poca gente. Todo en un clima de tranquilidad y sosiego.
La lectura, la música, las plantas...el baño, la comida en el bar y el pub. El diálogo justo.
Entonces, entre el trabajo y lo demás se cruzan algunos personajes para informarnos de cómo es y de dónde viene el protagonista. Lo hacen tan sutilmente que apenas nos enteramos pero nos reímos, nos interesamos por ellos, encajan de manera natural en la circunstancia, entran y salen como en un escenario los actores, para dejarlo todo casi igual aunque en unas ocasiones Hirayama sonríe, ríe y hasta juega a pisar sombras, mientras que en otra llora.
Da igual lo que escriba sobre la película porque si no se ve no se entenderá nada. Es, sencillamente, maravillosa. El paisaje urbano, el natural y la mezcla entre ambos, ya sea en un parque, en los puentes que cruzan el río o en los sueños, cada noche hay sueños igual que cada mañana suena la escoba en la calle y saca un café de la máquina. Resulta especialmente llamativo cómo son los baños públicos en Tokio, el diseño arquitectónico, los materiales, los cierres de las puertas, los accesos, interiores y exteriores, nada que ver con los que tenemos por aquí, en cualquier capital europea.
Invita a la reflexión y a sopesar las velocidades a las vamos a veces por la vida, a qué dedicamos el tiempo libre y cómo encaramos los días laborables. También a repensar las relaciones y la soledad.
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