OCHENTA AÑOS NO ES NADA
A Patricia e Irene.
Supongo que mucha gente puede contar alguna historia relacionada con este libro tan clásico en nuestra cultura actual, al menos de los últimos sesenta años. La mía, bueno, las mías son de épocas distinta de mi vida. Empezando por la infancia recuerdo los posters en mi dormitorio, los que compraba en las ferias cuando veía puestos de libros, con frases cortas, con dibujos simples, prácticamente todo en blanco o colores claros, así inspiraba mis ratos perdidos, me hacía pensar en las posibilidades que significaban unas pocas palabras que encajaban unas estrellas, una rosa y un zorro, un volcán, una capa y un niño rubio.
Mucho más tarde, tuve que casar a una pareja que estaba enamorada de esta obra y volví a leerla. Nada que ver con lo que mi infancia me traía a la memoria. Sin embargo, entresaqué mensajes bellos, ideas de mundos buenos, tranquilos, sencillos y pacíficos a los que desear ir, o al menos, a los que poner rumbo aunque nunca se acabe de llegar hasta ellos.
Actualmente veo al principito dibujado en los cristales de la escuela de pilates a la que voy un par de días a la semana. Ahí está siempre, dando a entender que hay muchas cosas que dependen de una misma, que el cuerpo forma parte de las decisiones diarias y hay que contar con él.
Tal vez mañana, en otra circunstancia, vuelva a aparecer en mi vida para mostrarme otra perspectiva de la vida, otra actitud ante la vida, quién sabe, es lo que tiene un libro como este, abierto a las situaciones de los lectores, dispuesto a dejarse interpretar de mil y una maneras de sentir, de pensar, de vivir.
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