RUTAS PERIURBANAS CONQUENSES
Sin salirse del asfalto en el Barrio del Castillo, salen varias sendas a la Hoz del Huécar, por los hocinos, a una altura intermedia entre la propia carretera a Buenache y la de Palomera. Esa línea intermedia, la de la generación de farallones que siguen escalando como en otoño. Esa línea que permite acceder a las viviendas de montaña al lado de la ciudad porque tienen agua y luz próximas. Por el camino o esa línea divisoria, transcurre el acueducto que marca la posibilidad de vivir o no a ese lado de la urbe.
El paseo puede ser corto y ya se captan los pliegues rocosos que se encuentran delante, formaciones en arco, en perpendicular, redondeadas...y en frente, la ladera del monte Socorro que protege al Parador de Turismo ofreciendo estratos de colores verde pino y gris caliza.
Dice Markus Gabriel que nunca somos meras observadoras pasivas del acontecer de la naturaleza, que establecemos interacciones con lo que percibimos, algo así como que dejamos huella en aquello que captamos a través de nuestros órganos sensoriales. Desconozco cuál es el efecto en las rocas, en las plantas y en la fauna de este cercano y extraordinario paisaje conquense que hay producido mi presencia en él, desde luego, lo que sí sé es el maravilloso efecto que él ha producido en mi. Días después de hacer la ruta sigo pensando en ella, hablando de ella y hasta estoy escribiendo sobre ella.
Tal vez el paso del tiempo consigue hacer que nuestra sensibilidad cambie, y se encuentre a gusto en espacios naturales como este, disfrutando y recreándose con los estímulos que ofrece a todo nuestro cuerpo, pero especialmente, a toda nuestra mente.
Como la temperatura es suave, a pesar de estar en enero, el paseo resulta muy agradable. A veces caminar con compañía hace que apreciemos el camino y todo lo que hay en él de otro modo, más detallado y completo. Supongo que después de estas necesarias lluvias, volver a recorrer estos rincones naturales será todo un espectáculo sensorial.
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