martes, 16 de marzo de 2021

CINE Y POLÍTICA

 LOS SECRETOS QUE OCULTAMOS

Yuval Adler, 2020

El físico de Noomi Rapace es imprescindible para entender la fuerza y contundencia del lenguaje no verbal, de la excelente interpretación y la transmisión de dureza que supone sufrir violaciones y pérdidas de seres queridos por soldados nazis que, como tales, abusaron de miles de mujeres para matarlas después.

Las segundas oportunidades son un asunto de justicia, pero no significa que los hechos sucedidos desaparezcan ni sus secuelas vitales, tanto emocionales como físicas. Nada es igual después de ser agredida. Nada debe ser igual después de agredir. La violencia ejercida y la sufrida pesan, han de pesar el resto de la vida vayas donde vayas, vivas con quien vivas y formes una familia con hijos inocentes y parejas ignorantes de tu vida anterior.

Hay abusos que son de lesa humanidad que marcan de inhumanidad para toda la vida de las personas abusadas.

Quince años después, basta un silbido.

Las imágenes en blanco y negro que no acaban de presentar la secuencia entera la primera vez que irrumpen el color del tiempo en que sucede la trama, sugieren las piezas del puzle que hay que completar para entender la película, a sus protagonistas y a la historia reciente que sigue a la Segunda Guerra Mundial. Cuantas más escenas en blanco y negro más datos, más certezas, más empatía con la protagonista y más emociones viscerales te asaltan.

La venganza a veces se confunde con la justicia. Los justicieros no acaban de tener la aprobación total del espectador que les mantiene pero no les aprueba. Hay dilemas morales que implican tanto sufrimiento acumulado que rebasan los límites de lo correcto y lo debido.

Una vida interrumpida por los nazis conduce a la protagonista a un sin vivir constante que, aunque encuentra cierto reposo, también le impone estar alerta permanentemente. Su cuerpo tiene pesadillas, su conciencia no se atreve a recordar, su miedo le impide hablar...  

Qué importante es cruzar completamente la frontera entre el pasado cruel y el presente sereno. Las pastillas, los psiquiatras...un silbido y todo vuelve, porque nunca se fue.

Los otros personajes acompañan a la protagonista sin destacar en nada, de un modo casi anodino aunque muy propio de las comunidades vecinales norteamericanas de los barrios en los que se conoce todo el mundo y se interesan por las intimidades hasta llamar a la policía por una voz más alta que otra.

Los traumas personales cuyas causas son gratuitas no se superan aunque se ponga tierra y mar de por medio y otra vida familia entera.

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