INTERROGATORIOS
A propósito del caso Errejón.
No hay acción más humana que preguntar, preguntarse. La curiosidad y necesidad de saber caracteriza a la especie animal humana, nos salva la vida, nos ayuda a vivir mejor. Resulta inevitable, es natural. Tal vez por esto, preguntar es la clave de la convivencia. No hay actividad social en la que no nos preguntemos las unas a las otras. Todas las personas realizamos acciones constantemente que tienen que ver con las demás y estas relaciones son preguntas o resultados de preguntas.
También en el ámbito judicial, en el que se pretende impartir Justicia, nos basamos en preguntarnos y respondernos. Hay mil disciplinas destinadas a realizar esta práctica de mil maneras distintas en función de lo que se pretenda obtener. El fin de los interrogatorios marca cómo llevarlo a cabo, los medios para obtener la información, pero con límites morales porque hay reglas. Todas las relaciones está regladas para que vivamos bien. Ya sabemos que si se influye en los interrogados las respuestas no sirven, están manipuladas y se deben desestimar.
Muchos dilemas morales tratan de resolver cómo deben ser los interrogatorios en los casos en que se miente o no se quiere responder. Las torturas están penalizadas como medios de extraer información en tribunales de justicia democráticos, de hecho en situaciones de guerra tampoco deben usarse. Todos los sistemas políticos dictatoriales son expertos en torturas. La Santa Inquisición también lo fue.
Sin embargo, desde estudios relacionados con el cerebro humano como la Psicología y la Neurociencia, se sabe que cómo se pregunte tiene que ver con qué se responde. Quienes somos docentes lo comprobamos a diario en clase, pero también quienes tenemos hijas e hijos, quienes atendemos el teléfono, sea por voz o por mensaje escrito, quiénes vamos al médico, a la compra, a realizar cualquier trámite al banco, con la administración local, regional, nacional o internacional. Lo sabemos, todo el mundo lo sabe, incluido el juez que atosiga a las denunciantes en materia de violencia de género. Ese juez sabe perfectamente que sus preguntas, su tono, está condicionando la respuesta al influir decisivamente en el ánimo de la mujer a la que interroga para saber. De hecho, algunos jueces ponen palabras en la boca de sus interrogados aunque no las hayan pronunciado. Los prejuicios en los juicios son muy peligrosos.
El trabajo de un juez en un sistema democrático de derecho no consiste en amedrentar a las denunciantes, si lo hace tiene que ser sancionado por hacer mal su trabajo. ¿Es imaginable que nuestra médica o médico de cabecera nos intimide cuando nos pregunta para realizarnos un diagnóstico?
Ser buen profesional pasa por conocer los deberes del trabajo, por tener ciertas cualidades que lo favorezcan y contribuyan a que sea un buen trabajo. Si al interrogar se prejuzga hasta el punto de intimidar no se hace bien el trabajo, por lo tanto no se es un buen profesional. El daño que está haciendo es incalculable porque no solo resulta injusto sino que crea precedentes, es un ejemplo que disuade a las víctimas creándoles daño presente y futuro y, además, otros jueces pueden imitarle aumentando los niveles de injusticia en la sociedad.
Basta ya de machismo en las togas. ¿Para cuándo el código ético será una exigencia real a los magistrados y magistradas?
No más casos de jueces machistas. En las facultades de Derecho y en las oposiciones a Fiscal o Juez/a, debe haber ya contenido ético imprescindible para ejercer.
El juicio a la manada fue en 2016, deberíamos haber aprendido algo desde entonces...¿no?
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