AZOTEAS
A Isabel y Víctor.
Esos lugares poco habitados, espacios abiertos en las alturas, cerca del cielo, casi vacíos, con vistas a la ciudad, otra, de una manera distinta, irreconocible a pie de calle, mostrando colores y formas difíciles de encajar desde abajo. En algunas se puede ver el mar a lo lejos, tras las palmeras (2ª foto).
No entiendo por qué hay comunidades de vecinos que impiden su uso, poniendo problemas para estar en ellas, para sencillamente tender la ropa, leer o ver las estrellas (si fuera posible). Tal vez por estar en todo lo alto suponen cierto poder y este siempre conlleva peligro y riesgos, de muchos tipos, de los que no quieren responsabilizarse por los seguros de vivienda, los bancos y los contratos de alquileres. Cuando se mezcla el dinero con las azoteas acaban perdiendo su esencia y se transforman en lugares comunes propios del mercado urbanístico, el más corrupto de todos, que ya es decir.
Por las mañanas temprano, apenas ha salido el sol y la temperatura aún es fresca, la perspectiva que ofrecen sus alturas es muy original y múltiple. Los minúsculos coches que circulan abajo son juguetes madrugadores que emprender batallas diarias contra todos los fenómenos posibles, ya sean temporales, personales, laborales o turísticos. Comienzan a subirse las persianas y la orquesta que resulta compite con la de las palomas y, a veces, gaviotas que marcan territorio sonoro, muy cercano en altura a las propias azoteas en las que dejan huella corrosiva.
En cualquier caso, a cualquier hora, son espacios llenos de posibilidades que hacen del verano un tiempo especial y diferente al resto de estaciones. Para mi son un estímulo fotográfico hasta que pega el sol sin piedad, ocupando cada centímetro y llenando de luz cegadora cada rincón. Entonces estamos obligadas a bajar, descender al mundanal ruido, bajar a la cotidianidad de los buses, las compras, las prisas, los saludos y las normas cívicas de cada localidad.
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