viernes, 3 de julio de 2020

MASCARILLA SINESTÉSICA



Cuando Oliver Sacks habla de sinestesia, a propósito de la percepción de sus pacientes neurológicos, parece que se refiriera a seres extraños. Lo son en cierto modo. Son personas que ven la música en lugar de oírla. En el prefacio de Musicofilia cita a Nietzsche así "escuchamos música con nuestros músculos".

En el siglo XIX la sinestesia se asociaba exclusivamente a la poesía, era una estrategia sensible de escritores románticos que mezclaban sensaciones para describir, redactar o crear narrativas y poemas. Atribuían sensaciones visuales a sentidos diferentes de los ojos, auditivas a sentidos diferentes de los oídos, así con todos las sensaciones y sentidos. De manera que la sinestesia ha sido una figura lingüística, literaria, incluso, de autor.

A finales del siglo XX empezó a interpretarse desde la neurología y hoy es estudia como un fenómeno cerebral también en psicología. La neurociencia de Sacks muestra casos interesantes de pacientes sinestésicos muy originales. Ver notas musicales en colores o poner colores a las palabras, son ejemplos que cita. El oído y el ojo paree que se entrometen mutuamente en las parcelas cerebrales de la percepción.

El caso es que cuando me pongo la mascarilla dejo de oír bien. Lo he comprobado, en varias ocasiones, delante de personas que tras una mampara me hablan y no les puedo oír. No entiendo lo que dicen, aunque conozco el contexto perfectamente, he ido yo a su ventanilla a preguntarles. Subo el tono de voz, enarco las cejas, se me arruga la frente y gesticulo ampliamente con los brazos y los hombros. No me entero de nada. Giro la cabeza para mostrarles mis orejas y así disponer mis sentidos en la buena dirección para escuchar. Todo lo que hago es inútil. No consigo simultanear lo que veo con lo que oigo y el despiste me provoca incomunicación y esta impotencia y cabreo.

Mi naturaleza, o lo que me queda de ella, sufre algo así como simultagnosia, esa dificultad que según Sacks consiste en no sintetizar elementos correctamente. No sintetizo lo que veo con lo que oigo y pierdo el sentido de ambas cosas produciendo una desorientación muy incómoda e incluso irascible. Cuando recupero la clama, pasados unos minutos, debo disculparme ante el funcionario de turno por mis excesos, en los tonos, en la gesticulación, en definitiva en la comunicación no verbal.

Todo el mundo da por sentado que nuestros sentidos funcionan y se ajustan sin tener que hacer nada al respecto, naturalmente, autónomamente, espontáneamente, sin intervención de la voluntad consciente. Mi memoria, imaginación y deseos no intervienen por su cuenta, tras una discusión entre ellos, a la hora de preguntar y responder, de mantener una conversación con otra persona. Las tareas y funciones cerebrales van por libre, se las arreglan para estar en el mundo y estar bien.

Sin embargo, cuando me pongo las mascarilla dejo de oír bien. El efecto inmediato es la confusión, la desorientación y la incomunicación, con lo cual, me aterra tener que usar mascarilla en mi trabajo. Soy profesora. Ojalá durante el verano, a través de la práctica, consiga dominar esta sinestesia extraña al revés, para dominar mis percepciones auditivas, visuales, comunicadoras, en fin, equilibrantes.

Me consuela comprobar que no soy la única persona con problemas de comunicación tras una mascarilla, aunque la sordera que produce este mecanismo de defensa vírica se da más en personas mayores, con dificultades para ver y oír con normalidad, lo que me lleva a pensar que el virus me ha envejecido como una década más o menos, y eso que no sé si soy asíntomática, inmune o candidata a padecerlo. El único consuelo real es buscar en google la palabra "sinestesia" y leer que no es un trastorno sino una forma diferente de percibir o experimentar estímulos sensoriales...parece un eufemismo, sinceramente.

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