martes, 22 de junio de 2021

CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA

 NUNCA LLUEVE A GUSTO DE TODOS

(CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA)



Aunque soy de las que creen tener buenos argumentos para revisar la Constitución del 78, también soy de las que creen que ojalá se cumpliera la Constitución del 78. Sí parece una contradicción, sin embargo solo contiene un deseo de actualizar la Carta Magna con el fin de mejorar la convivencia de todas las personas que vivimos en España en el siglo XXI.

De vez en cuando nos acordamos de ella sin que sea su efemérides para un "puente laboral". Últimamente, a propósito de los indultos o de la función del rey, de la vivienda o del trabajo, de la sanidad o de la educación. Como todo anda mal, no nos queda más remedio que buscar legitimaciones donde las haya para invocar cambios posibles, no cambios utópicos o directamente absurdos (que de estos últimos vamos servidos con las declaraciones de la derecha y la extrema derecha).

Hacer política aludiendo a los artículos de la Constitución vigente no es una mala política, más bien es un escudo protector, especialmente contra la ignorancia y la mala fe de quienes quieren destruir, ofender, violentar y crear conflictos innecesarios. Como si no tuviéramos bastante con la pandemia!!!

Los tribunales de Justicia sacan a la luz cantidad de casos de corrupción que ha supuesto una pérdida de recursos públicos incalculable, a la vez que una montaña de inmoralidades y vergüenzas igualmente públicas indeseables. Pues bien, esto parece no escandalizar tanto como cumplir la Constitución. Curioso, o más bien, esperpéntico.

Hace tiempo que Antonio Maíllo, líder de Izquierda Unida en Andalucía hace unos años, decía que habría que cambiar la cultura del no acuerdo, que estaba dominando la escena política durante muchos años, por la del acuerdo, que había que normalizar y prestigiar el acuerdo. Tal vez por haberlo dicho un político de izquierdas no se ha dado el eco suficiente, pero no se me ocurre mejor definición que represente el actual estado político español.

Se prestigia el enfrentamiento, sea por lo que sea, y si no hay motivos se inventan por muy marcianos que sean (el papel del rey en la Constitución). Se crea y alimenta el odio desde las tribunas parlamentarias con alegría y altavoces mediáticos como nunca. Se impide el discurso, el diálogo, la coherencia, el razonamiento, en definitiva se impiden los elementos políticos para hacer política en nombre de las ocurrencias más peregrinas y absurdas que se escapan a toda lógica.

El caso es que los efectos de este falso ejercicio de lo público están apareciendo en la calle, es decir, en los bares y encuentros de amigos y familiares. Están contagiándolo todo de estupideces. Se nos está olvidando hablar, escuchar, comunicarnos sin más.

Necesitamos lluvia que rebaje los tonos ofensivos, aunque nunca llueva a gusta de todos, el agua limpia y refresca. Esta metáfora tan española podría servir para empezar a cambiar la cultura del no acuerdo por la del acuerdo de una vez por todas.

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