jueves, 24 de junio de 2021

DESEANDO AMAR

 DESEANDO AMAR

Wong Kar-Wai, 2000


Cineclub Chaplin, Cuenca, despidió su temporada hasta el próximo otoño. Lo hizo con una sesión doble: El Chico de C. Chaplin y Deseando amar  de W. Kar-Wai. Solo pude ver esta última de la que hago la presente crítica.

Aunque tiene veinte años y ha dado tiempo a que se diga todo lo posible de ella, es una película impactante por muchos motivos. La historia, la narración, la interpretación y el montaje, incluyendo la música y el vestuario.

Muchas revistas y medios especializados en cine han escrito sobre cada uno de los anteriores motivos. No es de extrañar, los premios internacionales los avalan. Así que, desde lo más personal, tengo que decir que el gerundio del título en castellano no puede ser más literal. Casi hora y media de deseo, primero supuesto, después contenido y finalmente expuesto y nunca satisfecho, de ahí que el título sea fiel al desarrollo de la película, como decía literalmente ya que el gerundio, por definición, nunca se acaba, es una acción ininterrumpida. El metraje sigue una línea temporal que al pasar del tiempo el deseo que pasa con él se transforma para adecuarse a las circunstancias cambiantes porque, lo que frena e impide su objetivo también se transforma y se adecua a su vez.

La pareja protagonista vive una situación de mentiras y traiciones que, lejos de servirles de venganza o desprecio, les mantiene en ese gerundio infinito, inamovible. Él da un paso y ella... 

Sobre la belleza de los cuerpos, siempre vestidos, elegantemente vestidos, poco puedo expresar que no sea mi asombro por tanta idoneidad, conveniencia, adecuación, a cada plano, a cada gesto, a cada palabra y a cada silencio. Cuerpos perfectamente enmarcados en las calles, en el taxi, en el pasillo de los pisos vecinos y del hotel, en las oficinas de los respectivos trabajos. Hermosos bajo la lluvia, a la luz de una farola, sobre la pobre cama de una habitación alquilada o reflejados en los espejos usados. El color que los envuelve por todas partes destaca sus figuras insinuantes y atractivas que, pudiendo chocar entre sí, se esquivan como en un baile de coreografía perfecta. 

La banda sonora occidental, en castellano, nos acerca a las emociones que manifiestan y esconden cuerpos de otras culturas y latitudes en los pasados años sesenta. La vida urbana de la gente de clase media, tan reconocible, aparece sin dificultad en un lugar que llaman Hong Kon, Singapur o Camboya. Las ruinas de un templo budista a plena luz del sol anunciando el final son casi los únicos exteriores reales que aparecen en toda la película. El plano móvil, se lleva consigo la trama para aclarar que el gerundio seguirá siéndolo.

Sentada en la sala, ante la pantalla grande, escuchando chino, leyendo subtítulos en castellano, la atención se encarga de captar lo que quiere el director con los colores, las formas y las luces de los muebles, las ropas, los peinados, los contrastes permanentes que se alteran y van dirigiendo la mirada para permanecer entretenida todo el tiempo.

Recomendable, incluso si ya se ha visto alguna que otra vez.

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