jueves, 7 de abril de 2022

FLEE

 FLEE

J. P. Rasmussen, 2021


Nunca había visto un documental tratado con tanto cuidado respecto a sus protagonistas. Mientras cuenta la historia vital de un niño, que se hace adulto en las peores circunstancias, oculta su rostro, el de sus familiares y el de el resto de personas que han sido y son parte de su historia aunque hayan pasado treinta años. Llama la atención porque el modo de preservar la identidad es a través de la animación. 

El director nos plantea una película de animación con incursiones de imágenes reales haciendo las transiciones naturales, sin dificultad, oportunas, originales y técnicamente bellas. Las tecnologías y el arte multimedia actuales, bien trabajados, consiguen maravillas como esta delicada película, que contiene dosis de realidad insoportables por inhumanas, recientes en el tiempo, cercanas en el espacio, y necesarias para entender el presente de todo el mundo, de cualquier rincón del planeta donde haya personas expulsadas de sus hogares por la fuerza, en todos los grados posibles, de otras personas.

Agradecemos el uso de la animación, especialmente en la exhibición de ciertas escenas crueles, porque, a pesar de que el dibujo transmite mucho, los fotogramas reales suponen una versión sin intermediarios ni interpretaciones difícil de asimilar y de alejar de la propia vida. Es como, si con los trazos de los lápices, se pudiera poner distancia, la suficiente como para salir del cine y hablar de lo bien que está hecha la película sin tratar el contenido bestial que nos arroja a la cara, a la conciencia, a los principios éticos, al carácter humanitario de nuestras pequeñas e insignificantes vidas seguras.

Mostrar el interior, las tripas, del monstruo que engulle seres humanos llamado refugiados, es firmar un acuerdo para asistir a la crueldad elevada a la máxima potencia y no hacer nada. Es querer saber para permitir que nada o muy poco cambie. Esto no es sencillo.

Las mafias de traficantes de seres humanos que se enriquecen con el dinero que consiguen con los mayores esfuerzos posibles quienes son vulnerables, en el sentido más laxo, existen propiciadas por un mundo que vive de la miseria, del dolor, de la desesperación de muchas personas en muchos lugares y son útiles para que algunas puedan contar su historia como lo hace el protagonista de Flee (que significa huír). Resulta inmoral que gracias a las mafias y su crueldad algunas personas consigan vivir con alguna dignidad, aunque, queda muy claro en la película, con secuelas de vida.

La próxima vez que nos crucemos con personas refugiadas estaría bien ser empáticos, un poco al menos, sabiendo que jamás sabremos cómo han llegado a nuestras ciudades occidentales pacíficas, democráticas, y mucho menos sabremos qué llevan consigo por haber llegado.

El concepto de persona, de hijo, hermana, madre, padre, amigo, novio, o cualquier otro que signifique relación humana cercana, aparece desdibujado, literalmente, para parecerse a la realidad de millones de personas, y aun así, también, con esos trazos pero más firmes, aparecen relaciones maravillosas que intentan sustituir la crueldad por bondad y descanso.

 Hay besos, caricias, ojos guiñados, música de los noventa y hasta casas con jardín.

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