martes, 8 de diciembre de 2020

EL INFINITO EN UN JUNCO

 EL INFINITO EN UN JUNCO

Irene Vallejo, Siruela, 2019


En la foto, la autora sonríe mientras lee su ganadora obra Premio de Ensayo 2020. El gusto con el que está escrito se ve en la cara de Irene. Cuando la oyes hablar del libro o de temas que trata en él también parece estar contenta, igual que cuando la lees. Parece que su trabajo fuera una prolongación de su estado de ánimo, tal vez por esto te llega fácilmente el contenido que, unas veces, te trae a la memoria libros leídos y películas vistas hace tiempo y, otras veces, te enseña historia, economía, política, artesanía, idiomas, geografía, literatura, urbanismo, psicología, autobiografía y otros muchos ámbitos, sin ningún esfuerzo ni dificultad, vía anécdota, vía experiencia, te guía en el proceso de aprender mientras disfrutas.

Cuando, después de terminar la lectura, he ojeado la bibliografía, me ha sorprendido que hay usado El peligro de la historia única de Chimamando Ngozi Adichie porque es un librito que uso en clase, con mi alumnado de 4º de ESO y 1º de Bachillerato para enseñar Filosofía en el primer trimestre del curso. Me alegra ver este título junto a autores y títulos prestigiosos, sesudos, antiguos, en definitiva clásicos, porque desde la brevedad y la frescura de la experiencia de una mujer nigeriana se entiende bien la historia de Occidente sin pretensiones ni menosprecios, cosa que transmite Irene Vallejo con la rotundidad que da el estudio concienzudo y riguroso de la historia y la antropología grecorromanas. Somos mezcla, diversidad, de construcción masiva.

Leer este ensayo supone sentirte atrapada desde dentro desde las primeras líneas: "Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierra o desde las puertas de sus cabañas" (pág.15, Prólogo). Así transcurre la escritura cronológica de este libro contador de historias, de bellas historias e importantes historias que son nuestra historia como cultura y civilización, que son nuestro presente globalizador y globalizado. Relata luces y sombras de los momentos claves para la escritura y su difusión desde los tiempos de Alejandro Magno y sus inmediatos predecesores hasta la Roma imperial, indicando que mucho antes de las religiones monoteístas, incluida el cristianismo (aunque no lo sepa la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid), fuimos civilización Occidental partiendo de la Oriental que incluye el norte de África.

Detalla hasta tal punto situaciones relevantes de las personas que aparecen en los libros antiguos que menciona a Antifonte como un protopsicólogo o psicoanalista ya por el siglo V a. C en el período de la Atenas de Pericles. (pág. 205-206).

Procura ser equilibrada entre Alejandría y Roma, pero, así lo he apreciado yo, sale ganando la primera, tal vez por ser eso, la primera biblioteca considerada, reconocida, valorada, utilizada, ideada para lucir y contener el saber antiguo y de siempre. Qué maravillosa primera parte del libro por su análisis radical del alfabeto, de la escritura, la lectura, las posibilidades y oportunidades.

Me resulta difícil dejar de citar auténticos pasajes literarios ya que el estilo que despliega es delicioso, en sentido literal, da gusto leerla, en silencio y en voz alta.

Para Tácito (pág. 353) "habríamos perdido la memoria junto con la voz, si hubiera estado en nuestra mano el olvidar como el callar". Considero que la sumisión ante las injusticias culturales, que son las injusticias sin más (machismo, chovinismo, racismo, xenofobia, censuras, pobrezas, contaminación, explotación y abusos varios por parte del poder, lo ostente quien lo ostente) suponen un gravísimo riesgo para el bienestar de la humanidad, y la autora, de manera sutil así nos lo transmite entre episodios de nuestra historia y nuestro presente, yendo y viniendo para hacernos comprender, no solo saber.

Repite alusiones al arte de coser las mujeres en la antigüedad para reivindicar una semántica de la narración actual como hilar, desenlace, nudo...y resulta tan clara la hipótesis de que fueron mujeres las primeras contadoras de historias que resulta ingenuo pensar otra cosa.

Al final dice "cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños" (pág. 401)y entonces caes en la cuenta en la de veces que has conversado con alguien que ha leído lo mismo que tú, que ha encontrado matices diferentes y te ha mostrado puntos de vista inimaginables para ti sobre una novela, un poema, una obra de teatro. He recordado mejor mis lecturas cuando las he compartido y en el acto de compartir no se está entre extraños. Comprobado.


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