miércoles, 12 de mayo de 2021

LA CHICA DEL BRAZALETE

 LA CHICA DEL BRAZALETE

Stéphane Demoustier, 2019


Cuando los protagonistas son adolescentes tendemos a prejuzgar la película con clichés propios o clásicos, sin tener en cuenta que dejamos atrás la adolescencia hace mucho y desconocemos, por muy cerca que vivamos de personas de esta edad, lo que quieren, lo que sienten y cómo interpretan las cosas que hacen y lo que les sucede.

Ni el padre, ni la madre son capaces de asumir la vida de su hija. Las dudas y la confianza les arrebatan el juicio permanentemente. Prevalece el amor, en cada uno a su manera, pero no lo pueden demostrar porque al ser sus padres lo que digan en el juicio está viciado de partida. Hasta que, voluntariamente la madre decide intervenir ante el juez. Qué intervención tan verdadera, aunque la haga casi al final, supone un antes y un después para la evolución juicio.

Hay otro momento clave, el alegato de la defensa. Una abogada mayor, con moño italiano teñido de rubio, una voz desgastada por diferentes motivos, se dirige al jurado, a los espectadores, para exigir justicia y no valoraciones morales, ni más ni menos, que sean capaces de discernir lo que son las pruebas aportadas para inculpar a su defendida de la vida sexual de su defendida. Establece una diferencia básica sobre lo que deben y lo que no deben juzgar. De lo contrario no estarán haciendo justicia, mezclarán morales personales, valoraciones subjetivas con los hechos, desvirtuando así su tarea, incumpliendo con su trabajo. 

La trama es una versión de una película argentina del año anterior, inspirada libremente en hechos reales. Una joven es arrestada como sospechosa del asesinato de su mejor amiga. Van apareciendo elementos para dar cuerpo al proceso judicial tales como vídeos porno subidos a las redes sociales, relaciones sexuales promiscuas, amistades eróticas, silencios y gestos sospechosos, cuchillos desparecidos, peritajes policiales y forenses contundentes, los interrogatorios del juicio a los miembros de las familias de la víctima y de la sospechosa, hipótesis casi plausibles, azar, muestras de emoción definitivas al final...todo despacio, con tiempo para digerir y formarnos una idea clara de la verdad que cambiaba con la siguientes escenas de testimonios, cuchillos encontrados y gestos verdaderos, sinceros que despejaban dudas.

El final, inequívoco, pone de manifiesto la importancia de los prejuicios en los tribunales, cómo damos por hecho la verdad, cómo condenamos a la primera de cambio y cómo todo lo que suceda después de hacernos una idea lo reconducimos para que encaje en dicha idea inmóvil y definitiva, que resulta ser, en ocasiones, el mayor de los errores con consecuencias horrorosas para los inocentes.

La interpretación de las protagonistas es perfecta para despistar, sembrar dudas, sentir indiferencia o crueldad incluso desprecio y pasar del análisis maniqueo a abrir el enfoque para apreciar otras posibilidades. Esto va sucediendo poco a poco.

Primeros planos, acercándonos la historia, con una música que marca la distancia, la credibilidad y la importancia de lo que está sucediendo. La vida de una persona, de su familia, está marcada desde hace dos años y está pendiente de un hilo para el resto de sus vidas. Arresto domiciliario, pulsera de seguimiento, meses en internado, clases on line, cero vida social, hasta que se realiza el juicio, esto es, la película. Se muestra bien cómo los tribunales son reflejo de la sociedad, cómo cuesta creer la verdad.

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