PONCIA
Luis Luque
Como indica el cartel de la foto, entre paréntesis bajo el título, esta obra parte de La casa de Bernarda Alba de Lorca y propone pensamientos, diálogos, recuerdos y reproches de la criada de la casa, quien todo lo sabe aunque deba hacerse la tonta.
El escenario no podía estar mejor diseñado. Las enormes telas blancas, casi transparentes, unas veces eran el mar, otras paredes, abrazaban y separaban. Lolita, Poncia, las hacía suyas, como partes de su cuerpo, del que entraba y salía, atravesando las telas, para contarnos su vida en relación con los hechos lorquianos.
La iluminación jugaba un papel principal junto con la música creando ambientes oportunos para acoger el texto, el gesto y el movimiento que salían por la voz, a veces contenida pero siempre clara, segura, tanto que cuando recriminaba una conducta de las mujeres que habitaban la casa podías imaginar perfectamente el hecho, ya fuera el suicidio de Adela, el odio de Martirio, el deseo de Angustias o la locura de la abuela. Especialmente furiosa fue la voz en la escena que maldecía a Pepe el Romano, implacable.
Hay que haber visto o haber leído antes a Lorca porque el autor usa la trama dando por supuesto su conocimiento. A la salida hubo espectadores que perdieron el significado de algunas escenas por desconocer la tragedia asfixiante de las Alba, año 1936 en España, pocos meses antes de que asesinaran a Federico.
Transcurre en los muros de la casa, pero Poncia recuerda y al hacerlo nos lleva a otros lugares como el mar, escena que sirve para reivindicar la sexualidad de la mujer en la que Lolita se abrazaba con las telas, blancas espuma de mar, para hacernos sentir su gozo, placer corporal como nunca había sentido antes y no volvería a sentir después.
Son muchas las frases como sentencias, la vocalización bien entonada, lenta, con autoridad, mandando y ordenando, las que quisiera escribir aquí, pero hoy, un día después, solo tengo sensaciones, fruto de las palabras que no recuerdo. Son de poder, de rencor, de saber y sentir, sí, de sentir, porque los pobres sienten aunque no lo parezca delante de un plato de garbanzos.
Emocionaba mucho cuando narraba la distancia constante que imponía Bernarda hacia ella, a pesar del tiempo juntas, el clasismo marcaba los roles inmutables hasta el final. El bastón, como una metáfora perfecta, representaba a Bernarda y Poncia lo arroja con desprecio y fuerza al suelo tras hablarle con insultos y desprecios.
La tragedia lorquiana vista desde el ángulo de la criada, ese ángulo obtuso, por pertenecer a otra clase y a la vez que recto por fidelidad debida a la dueña. Plagada de feminismo activista, esta mirada de mujer trabajadora, pobre, nos enseña a ser un poco más comprensiva con las costumbres sociales que presionan hasta la extenuación pero sin dejar de denunciar el machismo, la desigualdad y la hipocresía que contienen.
Una casa habitada solo por mujeres encerradas guardando luto suponía una imagen de necesidad de orden, de necesidad de sexo, de necesidad de modelos de vivir que Bernarda quiso satisfacer con su bastón de hombre tradicional, provocando un polvorín en los deseos e ilusiones de sus hijas que Poncia parece saber entender mejor, tal vez por no tener la responsabilidad de la madre. Esta perspectiva queda clara en la obra, es la que nos cuenta Lolita dialogando con las habitantes de la casa.
Hay asuntos que no han cambiado mucho aunque hayan pasado casi 90 años. Cómo me hubiera gustado leer a Lorca unas décadas después de escribir esta tragedia, para saber qué tipo de mujeres protagonizarían sus obras si la II República se hubiera desplegado de acuerdo con su Constitución moderna y avanzada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario