lunes, 29 de junio de 2020

EL HOYO
Galder Gaztelu-Urrutia, 2019


Las distopías, en general, tienen un inicio posible para que el espectador conecte con a historia al princiio y pueda seguirla, entendiendo las fantasías y escenas irreales que van dando sentido a la trama y presentando el contenido para crear expectativa y un final estimulante y no decepcionante.

En esta película, la humanidad parte de un sistema de obtención de penas y homologación de títulos muy peculiar. Las personas aspirantes deben sobrevivir en una condiciones extrañas y extremas. La comida se convierte en la clave de la subsistencia como es lo normal entre seres vivos, la comida de cualquier nutriente, espaciada temporalmente.

Los personajes son como los espectadores, normales, hasta que llevan en el Hoyo un tiempo y se transforman, dando lugar a seres distópicos que pueden hacer cosas que ya no son normaless sino distópicas también. En ese contexto puedes esperar cualquier cosa pero te lo tienen que mostrar bien para ser creído incluso bajo unas determinadas circunstancias distópicas. Ha de poseer credibilidad en sí misma la propia distopía. En la película sucede casi hasta el final, gracias a los actores, muy buenos y el escenario casi único, constante, que narcotiza los ojos y el resto de sentidos.

¿Por qué aceptamos vivir en determinadas condiciones? ¿el fin justifica los medios?

El final es la infancia que sube, toda una metáfora de la vida real, del somos lo que estamos siendo desde niñas/os, se recoge lo que se siembra, la vida es una prueba constante desde el nacimiento...sabe más el diablo por viejo que por diablo.

Hace falta estómago para ver algunas escenas que el director ha dejado crudas intencionadamente, así consigue, sin anestesia, ponerte delante de los ojos el peor espectáculo sobre la realidad que pocas veces imaginamos por su insoportabilidad.

Suscita preguntas, muchas. El buen cine lo hace.


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