martes, 15 de septiembre de 2020

ESPACIO COVID-19

El espacio que habitamos condiciona nuestras vidas.

Cualquier cambio en los espacios que nos resultan habituales produce un cambio en nuestras vidas dejando de ser habituales.

Todo sucede en un espacio. No hay vida extra-espacial.

La comunicación se ve intensamente afectada por el espacio. Las relaciones sociales, en todas sus vertientes también porque fundamentalmente son comunicación.

Ni siquiera el tiempo puede escapar al espacio. Sin lugar no pasa el tiempo, no hay memoria ni se puede pensar el futuro. Por supuesto sin un lugar físico no hay presente, presencia, ni actualidad.

Mi trabajo ha cambiado tanto que debo aprender a moverme entre objetos situados para protegerme y proteger a mi alumnado de posibles contagios. Debo moverme sin acercarme a mi audiencia lo que implica elevar mi voz y afinar mis oídos para escuchar a las personas que se sientan al final de la clase o hablan bajo y la mascarilla limita la sonoridad de sus palabras. No podemos coincidir todos los miembros del Departamento en el departamento porque incumpliríamos la distancia de seguridad. No tenemos cafetería ni costumbre de traer tartera en los recreos. En los baños solo puede estar una persona... 

Mis relaciones familiares han cambiado tanto que las distancias físicas suponen no ver a mis familiares o verlos con separaciones físicas que extrañan las relaciones.

Mis amistades apenas son visibles o corporales. La tecnología ocupa el espacio de los cuerpos y las voces. Agota porque la uso para todo.

Cuando voy a comprar debo esperar colas separándome de la persona que me precede y me sigue, el silencio se impone o en su defecto las voces altas sobre temas triviales. Se banaliza la conversación, la relación, esa parte de la humanidad que es la comunicación. Aunque podríamos pensar que al ser pocas las ocasiones en las que hablamos en directo con otras personas deberían ser diálogos esenciales, con contenidos básicos, fundamentales, como si tuviéramos que aplicar la navaja de Ockham y decir solo aquello inevitable para tener vida, saludable vida.

Pero lo elemental no es fácil de decir porque no estamos acostumbrados a convivir con ello y además, ahora, somos más conscientes del condicionamiento que sufre por el espacio. Según dónde estés puedes decir unas palabras u otras, debes callar o gritar, y este, el lugar, está cambiando por el Covid-19 muy rápidamente, no nos da tiempo de asimilar los cambios continuos.

Direcciones únicas marcadas en el suelo, en las paredes, en las puertas, en las escaleras y ventanillas.

Mobiliario inutilizado, marcado como prohibido usar, ocupa espacios desubicados, para facilitar el tránsito o la disposición del personal de acuerdo con las separaciones sanitarias, sin conseguirlo del todo. Ni haciendo malabares se llega a cumplir con el protocolo.

La arquitectura, el urbanismo, los diseños públicos y privados de lugares, contienen una finalidad, un propósito, como todo lo cultural, que ahora también está mediatizado por la Pandemia. Hay que pensar en edificios funcionales con habitantes susceptibles de contagios víricos.

¿Cuál es nuestro hogar? es el título de una las exposiciones actuales del IVAM que muestra la influencia de las ideologías en las construcciones. Contiene obras europeas y americanas de la segunda mitad del siglo XX y la primera década del XXI, desde una pared de barrotes a un iglú de cristal. El caso es que, como siempre, el arte te interpela personalmente sobre asuntos claves de tu propia vida, en este caso, sobre los lugares que habitamos como hogares. Resulta chocante comprobar que los espacios son un instrumento de manipulación individual y social muy potente. Chocante porque no lo solemos pensar, no somos crítico con el espacio y ahora, con el virus, todo es espacio, algo que hemos analizado poco o nada y nos condiciona la vida entera, aunque siempre lo haya hecho es ahora cuando tomamos conciencia de que nos debemos al espacio que habitamos.

Hemos comprobado que es muy diferente vivir confinado en un espacio de 60 metros cuadrados a hacerlo en uno de más de 200, igual que moverse o viajar en el metro o autobús a moverse o viajar en coche privado. Cambiamos de acera cuando vemos acercarse a un grupo o a ancianos o a jóvenes. Esquivamos los cuerpos, evitamos las miradas. Nuestros cerebros planifican hasta el más mínimo detalle del espacio que ocupamos.

Incluso en casa hemos habilitado un espacio para el hidrogel, las mascarillas y el desinfectante. Bien visible y a mano. Hay bares que tienen un tonel en la entrada sobre el que apoyan todo un surtido de productos de limpieza para la terraza en lugar de ceniceros, cartas de menús o enseres de camareros.

Procuro no subir en el ascensor y si lo tengo que hacer lo hago sola a pesar de mi claustrofobia. Ahora estoy desarrollando agorafobia y otras fobias...


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