lunes, 23 de noviembre de 2020

CUENCA

 BOSQUE DE ENCINAS 

(a ratos bosquecillo, a ratos encinillas)





A Palmira, un placer.

La mañana luminosa de cielo limpio de nubes, muestra un manto de escarcha gruesa que blanquea el camino, las rocas, la vegetación y los carteles indicadores de la ruta.

El suelo cruje con nuestras pisadas porque está helado, también brilla como si hubiera mil cabezas de alfileres iluminadas por un foco y puede ser resbaladizo en las cuestas. Llevamos mucho cuidado al subir pero sobre todo al bajar, es peligroso, el desnivel exige precaución y prestar atención al suelo. Así que paramos para poder alzar la cabeza y la vista nos enseña un panorama alucinante, niebla baja que cubre el el ancho valle, a penas, se transparenta la tierra cubierta, los edificios enanos y por encima el azul homogéneo de la mañana otoñal. 

Cuando llegas al Fortín, en el cerro de Mirabueno, descansan las piernas y la vista se recrea con la belleza. Alguien saca unos higos desecados y unas mandarinas, bebemos agua y retomamos la marcha dirección los hocinos del Huécar, pero antes de bajar del todo giramos a la izquierda para bajar de nuevo entre rocas calizas por las que descendían caballos controlando los desniveles, entonces aparece la Cueva de la Zarza, enorme, con su higuera olorosa y las ruinas a la derecha. 

A pesar de ser el medio día seguía la escarcha tiesa blanqueando las plantas, en el camino ya era charco.

Atravesar el Puente de San Pablo y descansar en la Plaza de Ronda, en la Terraza del Jovi, hasta que nos cubre la sombra, es toda la tarea dominical que redondea el día de campo por la montaña.

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