sábado, 24 de octubre de 2020

 FELIZ DÍA DE LAS BIBLIOTECAS



Inevitable asociar el este día con mi infancia y adolescencia. Todavía procuro buscar las bibliotecas cuando viajo a una ciudad o pueblo por primera vez. Algunas son edificios emblemáticos, otras modernos, algunas forman parte de los Ayuntamientos, como la de mi pueblo cuando yo era niña. En los bajos del Ayuntamiento con su torre del reloj estaba la biblioteca llena de aventuras y tentaciones literarias. Siempre abierta, todas las tardes de lunes a viernes.

Hoy pienso en Emilio, el bibliotecario de Mota del Cuervo durante mi infancia y adolescencia. Lo recuerdo con gafas entre libros y cartulinas del archivador, donde etiquetaba todos los libros que entraban y salían, con sus fechas de devolución y sancionando cuando no respetábamos ese dichosa fecha que tantas veces me he saltado, unas porque devoraba los libros muchos antes y otras porque no me daba tiempo a hacerlo.

La biblioteca era el lugar de encuentro con mis compañeros y compañeras de clase porque en ella hacíamos los deberes y trabajos en grupo que las maestras y maestros nos mandaban por la mañana. A veces llenábamos la mesa enorme con cartulinas y pinturas, recortables y pegamento (luego había que recoger bien porque si no Emilio nos regañaba e insinuaba hablar con nuestra familia, para él la biblioteca era una lugar poco menos que sagrado, en el que el orden y la limpieza debían mantenerse).

Pero la sala de lectura era mi favorita, aunque casi nunca había un silencio total había cierta sensación de importancia, de lugar donde  se hacía algo honorable, difícil, y por aquel entonces, de poca gente. Había días que y era la persona más joven con diferencia y muchos días era la primera en llegar.

En las estanterías me perdía leyendo títulos y autores. Me encantaba desplegar enciclopedias por los mapas que había dentro. Las ilustraciones siempre me han seducido, creo que juntarlas con las palabras es uno de los atractivos más sugerentes que aportan los libros. Me llamaban mucho la atención dibujos de objetos de otras culturas, animales de otros continentes, dioses, ropas, edificios y encontrar palabras de otros idiomas. Empecé a tener la manía de buscar palabras en los diccionarios y detenerme en las etimologías. Todavía lo hago.

Me encantaba la sensación de sacar libros. Llevarlos en la mano o en la cartera era ya placentero. Recorría la plaza del pueblo y pocas calles más hasta llegar a casa y enseñárselos a mi abuela, si no lo hacía ella me preguntaba y los hojeaba leyendo el título en voz alta. Después ya podía empezar hasta que llegaba mi madre y me decía que lo dejara para hacer otras tareas, que siempre eran menos interesantes.

Siento mucho que, por nuestra seguridad ante la pandemia, se tengan que cerrar las bibliotecas, ahora con ordenadores, películas y juegos. Muchas personas pasan en ellas los mejores momentos del día. El mero hecho de poder elegir qué leer, qué ver, qué llevarse, es una posibilidad tan humana que contribuye al crecimiento, a ser. No imagino infancias, mejor dicho, me cuesta imaginar infancias sin bibliotecas, sin posibilidades de ser. 

Se me olvidaba...cuando era niña quería ser telefonista y después bibliotecaria. Hoy soy profesora, que tiene un poco de cada, sobre todo por la palabra.


 

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