A LA VUELTA DE LA ESQUINA
Thomas Stuber, 2018
Todo sucede detrás de la luz blanca de los fluorescentes, detrás de las cortinas gruesas y maleables de plástico, casi transparente, que hay al final de las de los pasillos en las últimas paredes de los hipermercados, por donde pasan y salen empelados con gorros, petos, botas y guantes, que se abren solas y se tragan o vomitan productos en palés que transportan en toros mecánicos o traspalés amarillos y negros trabajadores que parecen estar allí siempre, como si ellos mismos fueran esas máquinas casi silenciosas que están por todas partes pero que apenas las vemos.
Todo sucede detrás, al otro lado de la vida que hace la compra y se va a casa. Tras las cortinas empieza un espacio y un tiempo distintos. Siempre es de noche y hace frío, la luz escasea y las sombras habitan cada rincón cuadrado al milímetro, cada esquina metálica con cajas de cervezas y dulces. Hay en ese otro lado personas que al entrar ahí se transforman en personas diferentes, como si el espacio las modificara y exigiera ciertas conductas para habitarlo sin problemas.
La música sirve de elemento común entre los dos mundos. También el ajedrez y el café, los cigarrillos y las autopistas. Hacen falta esos elementos de unión, con protagonismo, para que los personajes vivan como si fueran de verdad. Como en todas las unificaciones ya sean geográficas, políticas o profesionales y personales.
Las dos Alemanias, las segundas oportunidades a delincuentes, las aventuras matrimoniales, las reconversiones industriales en los trabajadores y trabajadoras...los paisajes diurnos y nocturnos, los horarios laborales que condicionan los ritmos vitales.
Un mundo lleno de necesidades y estrategias de supervivencia al margen de lo políticamente correcto, de lo normalizado como aceptable.
Unas personas tatuadas de por vida. Con tinta en el caso del protagonista, con pasados añorados, con decisiones erróneas, con relaciones tóxicas, con mentiras piadosas en los casos de los demás personajes. Nada sorprende en cuanto al trato entre ellos, las miradas y los silencios son los justos y necesarios, los planos cortos, la cámara quieta, la repetición de secuencias y la incursión de un mundo en el otro a ratos, hacen que la película sea un canto a la amistad, a la solidaridad y la empatía en las circunstancias más tristes y deprimentes de nuestras sociedades de consumo.
...que toda la vida es cine y los sueños cine son...
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