AMAZING GRACE
Allan Elliot y Sydney Pollack, 2018
En pleno auge de su carrera musical, a principios de los años setenta, en una iglesia baptista de Los Ángeles, con un coro excelente, unos músicos de rock y un público totalmente entregado a Dios, Aretha Franklin grabó durante dos noches un disco de música góspel maravilloso.
Fue solemne, no pronunció palabra que no fuera cantada, apenas sonrió, pero cantó, cantó y cantó como nadie haciendo llorar a creyentes y ateos.
Lo que transmite la música no siempre se puede expresar con palabras por eso decimos que hay que sentirla. En una sala de cine no hay una acústica musical ideal y en una iglesia baptista de un barrio humilde de Los Ángeles tampoco. Pero las condiciones materiales tan decisivas en los conciertos, en este caso fueron secundarias gracias a la voz de la cantante que, a veces tocaba el piano y a veces musitaba, a veces le acompañaba el coro y a veces sobresalía por encima de todo y de todos levantando al público de sus asientos incluido al propio Mick Jagger quien aplaudía y se emocionaba como los demás.
La reina del Soul brilló con luz propia y aunque cantaba a un dios y a un libro sagrados estuvo por encima de dioses y libros sagrados, llevándonos a ratos al mismísimo cielo. Maravillosos conciertos y estupenda la idea de grabarlos para publicarlos, sean cuales sean los fines, así ha llegado a Cuenca esta película para hacernos disfrutar como pocas veces de conciertos en una sala de cine.
Detrás del espectáculo hay unas circunstancias y contextos que lo hacen posible. Entre todos los factores que influyen la gente que asiste a las liturgias y a los sermones es clave. El modo de aceptar, a través de la música, los mensajes divinos interpretados por el pastor de turno es muy llamativo a los ojos de quienes somos ajenos a las experiencias religiosas. Llama la atención el poder de la empatía entre quienes no se conocen pero asisten a un ritual espiritual con música góspel, entre otras cosas, por lo diferente de los rituales fríos y serios, callados e inexpresivos de otras versiones cristianas. La comunicación que establecen a través de la música es alucinante, sentir juntos lo mismo te hermana para siempre con los demás que están en la misma sala.
El caso es que, el placer de escuchar a Aretha no es cualquier placer, te eleva, como su voz, por encima del momento y el lugar en el que estés, así sea una sala de cine en Cuenca.
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