ESPECTÁCULO O RIESGO (II)
Doce días después, el río corre con un caudal propio de primavera. Cormoranes, que han venido de La Toba y de Uña, posan tomando el sol del medio día, sobre los troncos de árboles muertos en las orillas del Júcar. Es difícil distinguirlos porque los plásticos en tiras, de colores, están tendidos en cada junco, rama, tronco y roca que sobresale del agua, a veces casi a un par de metros de altura.
No sé qué dirá el alcalde en estos momentos ante estas vistas dantescas.
La gente pasea sorprendida por la cantidad de plásticos que hay. También hacen fotos a los árboles caídos, los socavones surgidos, los destrozos de las vallas y los innumerables arbustos aquí y allá aplastados, barridos, amarillentos y embarrados que se aferran a las escaleras del puente chino en San Antón, a los troncos más fuertes que resisten, a las presas artificiales de la isla del Sargal, en definitiva, están por todas partes mostrando una decadencia reciente que apunta a quedarse una temporada.
A no ser que, como los piragüistas de esta mañana, se organicen batidas de limpieza. Iban con sus piraguas, dos por cada una y un saco de basura entre medias de ellos. Los sacos a tope. Como no pueden llegar desde el agua a todos los papeles y plásticos necesitan personal de tierra para que su trabajo pueda lucirse y la naturaleza pueda ser eso, naturaleza.
La Confederación Hidrográfica del Júcar estará muy ocupada estos días, como siempre a lo largo del año. El caso es que no tengo demasiadas esperanzas en su trabajo e interés en nuestra querida Cuenca. Debe ser entonces el Ayuntamiento y la Diputación, a demás de la ciudadanía, quienes se pongan manos a la obra. Urge.
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