LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS
Paolo Giordano, Salamandra, 2009
En este estado de confinamiento sine die he revisado los libros que un día quise leer y fui relegando para otro momento. Entre ellos encontré este de Paolo Giordano que varios amigos leyeron cuando se publicó, y recuerdo que me comentaron que estaba bien, así que, ahora sin excusas, lo he leído.
Hay que reconocer que el título es muy original, seguro que las cosas raras, que se salen de la norma, las imaginamos en soledad, por ser pocas, por estar separadas de la masa. Esto es justo lo que les pasa a los protagonistas de la novela, son rara avis cada uno en su especie. Y confluyen.
Pasan unos cuantos capítulos siendo historias en paralelo antes de unir las historias de Mattia y Alice, dos personas cuyas vidas transcurren desde la infancia a la treintena, marcadas precisamente por traumas infantiles graves, que se mezclan en la adolescencia de manera casual y ya nunca pierden esa hilazón que les hace extrañamente dependientes hasta que acaba la novela, que no sus vidas. Porque el final termina dejando la acción de los protagonistas sin acabar, para que cada cual decida cómo sigue.
El autor ha estudiado Física Teórica y uno de los protagonistas es doctor en Matemáticas con lo que el lenguaje está lleno de referencias a los números y contiene vocabulario técnico, pero todo muy asequible a ignorantes en estas ciencias. De hecho, se agradece la incursión de tecnicismos para hacer la lectura algo más entretenida, aunque la vida de los protagonistas que describe Giordano es bastante peculiar.
Resulta verosímil leer que episodios traumáticos, que suceden en la infancia, condicionan el resto de la vida por normalizada que transcurra esta con posterioridad. Tanto Alice como Mattia tienen familias normales, estudian, trabajan e intentan relacionarse con el resto del mundo, aunque aquí está el gran condicionamiento, en mantener relaciones sociales y más personales. Sus vivencias infantiles están presentes, ya sea física como psicológicamente, marcando sus pensamientos, sus palabras, sus acciones y especialmente sus decisiones.
El autor consigue entrar en las cabezas de sus protagonistas, transcribiendo sensaciones y pensamientos de sus mentes al papel para que nos podamos hacer una idea de cómo sienten y quiénes son. Este ejercicio está muy bien hecho porque acude al dolor y la apatía como estados propios, normalizados, estados conocidos por la mayoría, con los que van pasando los años y viviendo la muerte de los seres queridos, un matrimonio, los trabajos, las amistades, las distancias geográficas y la "soledad" que cada uno tiene pegada a su piel, a cada milímetro de su piel por ser algo así como números primos.
Tomar conciencia de las diferencias respecto a los demás. Ser totalmente consciente de que nunca serán iguales al resto, de que es imposible así que pasen mil años o se vayan al fin del mundo. Vivir con esa constatación inequívoca es el resultado de una infancia truncada por un accidente de esquí y una decisión pueril.
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